sábado, 6 de agosto de 2011

Tornado.

Todo fluye a mi alrededor; arde, se congela. Advertencias de unos y promesas de otros. Casi no puedo respirar por mí misma, esa gran bocanada de aire de la que hablé todavía no ha llegado a mí. Hago un esfuerzo por moverme; ni un músculo es capaz de contraerse en todo mi cuerpo. No tengo miedo. No temo que no vuelva. Si no lo hiciera, sería uno de los seres más estúpidos de la Tierra a tal nivel de que mereciera la pena odiarle.
Estoy sola, tirada en el suelo, sin poder moverme. Intento gritar; un débil susurro sale a trompicones por mi garganta y un par de lágrimas perdidas recorren mis mejillas. Quiero pensar que soy feliz, que no te necesito, que una sola sonrisa que se plante en mi cara como si nada puede ser verdadera sin ti, que no eres como me dicen, un niño que juega conmigo como el que juega con soldados de plástico. Hace apenas una semana, podía tocar el cielo con mis propias manos, alcanzar las estrellas, tocarlas, sentirlas. Ahora estoy enterrada. No, no a dos metros, a muchísimos más. Ya siento el calor del infierno, calor que debería sentir al estar entre tus brazos, acurrucada, como en el único refugio en kilómetros a la redonda en una gran tormenta.
Solo puedo decir que echo de menos tu sonrisa...
...pero más la mía.

viernes, 5 de agosto de 2011

Seísmo.

Ya no sé siquiera qué corre por mis venas... Tal vez ira, tal vez un sentimiento abrasador como el fuego del infierno, innombrable, indescriptible. Mis puños se cierran con fuerza hasta crujir de una manera estruendosa.
Rabia. Dolor. Ellos son ahora los dueños de mi corazón. Sin dejarme ir, sin permitirme escapar de la locura que se apodera de mi alma poco a poco, día a día, segundo a segundo. Es como un gran tsunami que invade mi mente, eliminando cada pensamiento positivo que me quedaba un minuto atrás. Sé que me quieres, de algún modo lo sé. Aunque no estoy segura de si estoy cada milésima en tus pensamientos, tal y como lo estás tú en los míos.
Quiero llorar, quiero estallar, ser yo misma ese tsunami, y con suerte llegar de nuevo a tu corazón.
...pero no puedo. Algo impide a mis ojos derramar lágrimas. No sé lo que es, pero me destroza por dentro esa sensación de casi no poder respirar, parecida a la de un recién nacido antes de ser reanimado. La diferencia es que yo aún no he cogido esa gran bocanada de aire antes de derramar un millón de lágrimas.

jueves, 4 de agosto de 2011

Impotencia...

...algo que precisamente impide esa ceguera que suelo mostrar hacia el dolor que siento ahora mismo... Es algo, yo creo, inevitable. Esa sensación que me puede... Esa sensación de no saber nada, absolutamente nada de la persona a la que se ama, en días, los cuales parecen meses... Cada segundo que él no está a mi lado, tanto literalmente como en cualquier otro sentido que tenga la palabra, una puñalada, con una cuchilla cuyo filo está impregnado del peor de los venenos, atraviesa mi corazón con fuerza, produciéndome esa sensación de impotencia, de odio, sí, odio hacia la distancia y hacia cualquier otro impedimento que no nos permita estar donde querríamos estar... O donde yo querría estar.

Inseguridad...
ese es otro término que define perfectamente el sentimiento de no saber siquiera si él simplemente se fue sin avisar y no volvió, con la simple intención de hacerme saber que no... que no me ama. Por mucho que me cueste decirlo, y por mucha estupidez que diga él que pienso, muchas veces siento que es la verdad... En ocasiones llego a pensar que el sentimiento que corre por mis venas y se alimenta con su imagen, sus palabras... no es el mismo que el suyo.

Probablemente sea cierto que mi intento de explicar al mundo mi situación resulte fallido para algunos... e inspirador para otros. Una lágrima más, en un historial con el que se podría fabricar el mar de una tristeza, en ocasiones insoportable... pero por él, pienso que merece la pena.